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Vista, olfato, oído, tacto y gusto. Casi todo el mundo reconoce nuestros cinco sentidos. Sin ellos, no tendríamos música, ni pintura, ni delicias culinarias.

Aparte de los clásicos cinco, hay más que la corteza visual cuando se trata de los sentidos. Además de los famosos cinco, hay un montón de otros sentidos que nos informan constantemente del mundo dentro y fuera de nuestro cuerpo. Detectan el hambre y el dióxido de carbono y nos dicen dónde están nuestros brazos y piernas. Puede que no nos ayuden a ver la puesta de sol, oler las rosas o sintonizar nuestras canciones favoritas. Pero sin este conjunto de sentidos esenciales trabajando en segundo plano, probablemente ni siquiera estaríamos vivos.

Sintiendo nuestras extremidades

Si alzas la mano para rascarte la cabeza, tirarte de la oreja o hacerte un chasquido en la nariz, probablemente darás en el blanco incluso sin mirarlo. Todo eso es gracias a la propiocepción, que nos dice dónde están exactamente nuestras extremidades en el espacio y cómo controlarlas sin mirarlas. Este práctico sentido nos permite caminar con la cabeza levantada, lanzar una pelota mientras miramos un objetivo y controlar el volante mientras miramos la carretera.

Se nutre de diminutos receptores sensoriales, llamados propioceptores, que viven en nuestras articulaciones, músculos y tendones. Detectan la tensión, el esfuerzo y la carga que soportan nuestras extremidades, y envían constantemente esa información a nuestro cerebro. Basándose en estas estadísticas, nuestro cerebro puede discernir dónde están nuestras extremidades en relación con nuestro entorno y el resto del cuerpo. Es una parte esencial de la coordinación de nuestros movimientos: imagina que tuvieras que mantener la vista en tus pies cada vez que quisieras caminar a algún sitio.

La propiocepción no es el único sentido que nos ayuda a desplazarnos. Otro protagonista es nuestro sentido del equilibrio, o equilibriocepción. Nos permite estar de pie, caminar y movernos sin caernos.

Nuestro sentido del equilibrio depende del sistema vestibular (oído interno). Nuestros oídos internos tienen corrientes de líquido que fluyen entre tres canales sinuosos. Cuando movemos la cabeza hacia arriba y hacia abajo o la giramos a la izquierda, a la derecha o a los lados, este fluido fluye hacia uno de los tres canales, cada uno de los cuales detecta un sentido de la dirección específico. Este fluido ayuda al cerebro a indicar la posición, la orientación y el movimiento de la cabeza. Junto con las aportaciones de los sistemas visual y propioceptivo, nuestro cerebro utiliza esta información para enviar mensajes a nuestros músculos indicándoles cómo mantenerse erguidos y distribuir uniformemente nuestro peso.

Sistema vestibular - Wikijournal of medicine
Una ilustración que muestra el oído interno y el sistema vestibular, incluyendo los conductos de fluidos anteriores, laterales y posteriores que nos ayudan a mantener el equilibrio. (Crédito: Blausen.com staff, 2014, WikiJournal of Medicine)

Instintos intestinales

Aunque la propiocepción y el equilibrio nos ayudan a navegar por el mundo exterior, también tenemos sentidos internos que nos informan del mundo interior. Quizá el más evidente sea nuestro sentido del hambre. Cuando tenemos poca comida, nuestro estómago empieza a producir una hormona llamada grelina. Esta hormona viaja a una región del cerebro llamada hipotálamo, donde activa las neuronas que estimulan el hambre. Cuanto más tiempo pasamos sin comer, más se disparan nuestros niveles de grelina. Sin embargo, una vez que nos hemos deleitado con una comida sabrosa, estos niveles vuelven a bajar y hormonas como la insulina y la leptina entran en acción, indicándonos que hemos comido lo suficiente.

Sentidos como el hambre nos indican cuando no hemos comido lo suficiente de algo, pero otros sentidos nos indican cuando tenemos demasiado de algo. Un buen ejemplo de esto es nuestro detector interno de dióxido de carbono.

Nos deshacemos del CO2 exhalándolo, por lo que cosas como una respiración excesiva durante el ejercicio pueden hacer que nuestros niveles bajen demasiado. Cuando lo hacen, nos mareamos, nos confundimos y empezamos a experimentar palpitaciones. Por el contrario, cosas como los ataques de ansiedad, en los que nos cuesta respirar, hacen que nuestros niveles de CO2 se disparen. Cuando se elevan demasiado, empezamos a sentirnos somnolientos, desorientados y a menudo nos duele la cabeza. En ambos casos, unas células sensoriales llamadas quimiorreceptores, que detectan y responden a los niveles altos y bajos de sustancias químicas en la sangre, envían señales al cerebro. Le dicen a nuestro cuerpo que acelere la respiración y expulse el exceso de CO2, o que la ralentice para evitar perder demasiado.

Un sentido de la incertidumbre

Si bien el hambre y el equilibrio son componentes indiscutibles de nuestro sistema sensorial, hay otro sentido mucho más debatido. Algunos investigadores creen que los humanos también podrían ser capaces de sentir los campos magnéticos.

Durante años, los investigadores pensaron que la magnetorrecepción, la capacidad de detectar campos magnéticos, solo existía en las aves migratorias, los peces y algunos otros animales. Sin embargo, en marzo de 2019, un grupo de investigadores publicó un artículo sobre la magnetorrecepción humana en la revista eNeuro.

En su estudio, pusieron a los participantes en una cámara rodeada por un pequeño campo magnético creado por el hombre. Con una máquina de electroencefalograma, observaron entonces cómo respondían sus cerebros. Al final, vieron una actividad cerebral en los participantes que se asemejaba a nuestra respuesta a otros estímulos, como la vista y el sonido.

Lee más: Los humanos pueden sentir el campo magnético de la Tierra, según un estudio de imágenes cerebrales

Implica que nuestros cerebros responden de alguna manera a los campos magnéticos, pero no está claro qué significa exactamente. Aunque los investigadores confían en que este es el primer paso para descubrir la magnetorrecepción en los humanos, otros no están tan seguros. Y como este estudio se publicó hace poco, nadie ha tenido la oportunidad de replicar sus resultados todavía.

Por ahora, sin embargo, podemos tomarnos el tiempo para apreciar todos nuestros sentidos conocidos – no sólo los cinco más famosos. Porque sin todos ellos trabajando juntos, puede que no seamos las personas felices, sanas y, sobre todo, vivas que somos hoy.

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