Judíos y gentiles en los Evangelios
Judíos y gentiles en los Evangelios – ¿Qué es un gentil?
Al principio, Jesús instruyó a sus Apóstoles para que evitaran a los gentiles y llegaran sólo a los judíos – las «ovejas perdidas de Israel». Más adelante en los Evangelios esto empezará a tener más sentido, pero por ahora, necesitamos al menos entender la diferencia entre los dos grupos. En realidad, es bastante simple: un «judío» era cualquiera que pertenecía a una de las doce tribus de Israel, y un «gentil» era todos los demás. La palabra «gentil» es de origen latino y significa «perteneciente a un pueblo». Sin embargo, tal como se usa típicamente en los Evangelios, «gentil» significa simplemente «no judío». Gentil realmente no es la palabra más precisa para describir la cultura helenística no judía de la época, pero ya que los Evangelios utilizan el término, nos quedaremos con él para nuestros propósitos.
Las diferencias entre los dos grupos son enormes y se pueden ver en lo que comían, cómo se vestían, cómo se lavaban, cómo adoraban, y cómo era su arte, sus académicos, su lenguaje y sus costumbres sociales. Incluso su arquitectura era diferente. En el centro de la cultura judía estaban la Biblia hebrea y los escritos de sus rabinos. Los judíos creían en un Dios trascendente que creó el universo y todo lo que hay en él. También creían que eran el pueblo elegido por Dios. La cultura helenística de la zona era más bien una mezcla de mitología, moral, filosofía y política griega y romana.
Judíos y gentiles en los Evangelios – El «otro lado»
Una tarde, después de que Jesús había enseñado todo el día en el Mar de Galilea, Jesús instruyó a sus Apóstoles para que subieran a una barca con él, y viajaran al «otro lado». Como hemos aprendido, los judíos observantes se ceñían más o menos a la región noroeste del mar de Galilea, porque el «otro lado» representaba todo lo impuro, decadente y pecaminoso, y ciertamente no era judío.
Los griegos, y luego los romanos, habían construido diez ciudades conocidas como la Decápolis al sur y al este del mar de Galilea. Estas ciudades eran ejemplos de la cultura y el poder helenísticos: templos para adorar a los ídolos, baños, estadios y teatros. Eran lugares impuros y representaban una presencia pecaminosa en la tierra. Era «todo malo» a los ojos de un judío practicante.
Ahora bien, recuerda que antes, cuando Jesús envió a sus Apóstoles, les ordenó que no fueran a los gentiles, sino a los judíos. Y también recuerde que los judíos veían a los no judíos como auxiliares del plan general de Dios. Así que Jesús estaba haciendo una declaración bastante sorprendente a sus discípulos aquí… el Reino de Dios ahora sería compartido con los gentiles que vivían en «el otro lado».»
Mientras estaban en camino, los Evangelios registran que una tormenta repentina se levantó y los discípulos estaban muy asustados. Probablemente también consideraron que la tormenta era una confirmación de que no debían ir a la otra orilla. En el Mar de Galilea, a finales del otoño y en invierno, no es raro que se formen tormentas de forma muy rápida e inesperada desde las elevaciones más altas del lado este del lago. En cuestión de minutos, el lago puede producir olas de 2 metros que fácilmente podrían anegar un barco galileo del siglo I.
Así que un viaje al «otro lado» pronto se convirtió en un momento de enseñanza para Jesús que, por cierto, parecía bastante relajado teniendo en cuenta la situación:
Jesús estaba en la popa, durmiendo en un cojín. Los discípulos le despertaron y le dijeron: «Maestro, ¿no te importa que nos ahoguemos?»
Se levantó, reprendió al viento y dijo a las olas: «¡Cállate! Tranquilícense!» Entonces el viento se calmó y quedó completamente en calma.
Dijo a sus discípulos: «¿Por qué tenéis tanto miedo? ¿Todavía no tenéis fe?»
Estaban aterrorizados y se preguntaban unos a otros: «¿Quién es éste?
(Marcos 4:38-41)
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