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Romeo y Julieta de William Shakespeare

Leonardo Dicaprio tiene 21 años, Claire Danes 17 y, sí, clase, se desnudan en Romeo y Julieta de William Shakespeare. Casi te ríes viéndoles dar un giro de cadera y sangre caliente a los amantes cruzados del Bardo. No se trata de un desprecio. La risa proviene del deleite y el asombro por lo bien que DiCaprio y Danes hacen el truco. Estas chicas del bosque de la televisión -él empezó en Growing Pains; ella surgió en My So-Called Life- llenan sus papeles clásicos con una pasión vital, hablan el verso isabelino con una gracia no forzada, encuentran la animada comedia de la obra sin perder su fervor trágico y mantienen el equilibrio cuando el audaz director australiano Baz Luhrmann (Strictly Ballroom) los lanza a un torbellino de acción dura, humor alborotado y romance arrebatador.

Menos mal que el nombre de Shakespeare aparece en el título, pues de lo contrario se podrían confundir las escenas iniciales con el Romeo y Julieta de Quentin Tarantino. No hay diálogos, sólo disparos, mientras dos familias de pandilleros -los Montesco y los Capuleto (cada uno tiene su nombre iluminado en el tejado de un rascacielos)- entran en guerra. Bienvenidos a la mítica Verona Beach, donde las bandas se disparan unas a otras y los soldados en helicóptero les disparan a ellos. Rodada en México con un estilo que podría llamarse retrofuturista, ya que incluye castillos y armaduras, así como chalecos antibalas y radiocasetes, la película reelabora a Shakespeare en un frenesí de saltos que hace que la mayoría de los vídeos de rock parezcan MTV con Midol.

El padre de Julieta, Capuleto, está sólidamente interpretado por Paul Sorvino como un padrino a lo John Gotti. Su madre, Gloria (Diane Venora), es una bella sureña que quiere casar a su hija con Paris (Paul Rudd, de Clueless), un adinerado que acude vestido de astronauta a un baile de disfraces. La enfermera de Julieta está interpretada por la actriz británica Miriam Margolyes con un amplio acento hispano (llama a su amante Wholiette). El excelente John Leguizamo es el primo de Julieta, Tybalt, un latino volátil que forma parte de una banda a la que le gusta emborracharse y luego adornarse con pistolas de mango de perla y tacones de bota de plata. El clan de Romeo está liderado por papá (Brian Dennehy) y mamá (Christina Pickles) Montague. Su pandilla se decanta por los pantalones cortos y las camisas hawaianas, aunque el mejor amigo de Romeo, Mercutio (Harold Perrineau, de Smoke), es un travestido negro cuyo asesinato por parte de Tybalt hace que Romeo tome una venganza letal.

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Si tu cabeza no está dando vueltas todavía, lo hará. La rabiosa extravagancia de la visión de Luhrmann, notablemente acentuada por el vestuario de Kym Barrett y el diseño de producción de Catherine Martin, pretende hacer que Romeo y Julieta sea accesible al esquivo público de la Generación X sin dejar la obra bowdlerizada y rota. Luhrmann, conocido como un mago en su Oz natal, donde pone en escena obras de teatro y óperas, disfruta quitándole las telarañas a los clásicos.

Por supuesto, jugar con Romeo y Julieta no es nada nuevo. Se ha versionado como ballet, como musical de Broadway y película ganadora de un Oscar (West Side Story), y como película de la banda de Abel Ferrara de 1987 (China Girl). Pero todas esas producciones desecharon el lenguaje de Shakespeare. Luhrmann y su coguionista australiano, Craig Pearce, se aferran a la divertida forma de hablar del Bardo. El director Franco Zeffirelli se ciñó a la lengua y a la época en su película Romeo y Julieta de 1968, pero animó las cosas con un reparto de jóvenes protagonistas -Olivia Hussey, de 15 años, y Leonard Whiting, de 17- y mostrando suficientes bragas y escotes como para que los censores se quejaran de que se trataba de porno infantil. La película fue un éxito, aunque Zeffirelli recortó mucho el texto para compensar las insuficiencias de sus, por otra parte, atractivos actores.

Luhrmann también recorta el texto, aunque no de forma tan perjudicial. Su objetivo no es distraerte de las palabras, como hizo Zeffirelli, sino llevarte a ellas. Y en DiCaprio y Danes, que realizan unas interpretaciones magnéticas, ha encontrado dos actores con la juventud necesaria para interpretar los papeles y el talento para hacerles justicia. Dicen los versos con tanta naturalidad que el significado queda registrado.

DiCaprio está dinamita en un papel que se basa en el raro talento que mostró en La vida de este chico, ¿Qué se come Gilbert Grape? y Los diarios del baloncesto. Como Romeo, no redondea sus vocales (esta noche se convierte en tanight) ni enuncia con tonos dulces, pero cuando habla, te lo crees. Tanto si Romeo está enfermo de amor («¿Ha amado mi corazón hasta ahora?»), como si es violento («No tientes a un hombre desesperado») o está drogado («Un trato sin fecha para una muerte absorbente»), DiCaprio deja que las palabras del Bardo fluyan con un ardor que no se puede comprar en una clase de interpretación. Como su coprotagonista Leguizamo ha dicho en broma: «Le resultó tan fácil a ese pequeño, rubio, feliz, chico dorado hijo de puta».

Danes, con un aplomo superior a su edad, como dejó claro My So-Called Life, está a la altura de DiCaprio. Julieta puede ser interpretada como una boba, un papel que Danes ha cargado en otras películas (Mujercitas, Cómo hacer una colcha americana). Sabiamente, opta por enfatizar el encanto fundido de Julieta y su ingenio erizado. Cuando el lujurioso Romeo, en su primera cita, se queja de haberse quedado insatisfecho con sólo un beso, Julieta se revuelve contra él. «¿Qué satisfacción puedes tener esta noche?», le pregunta. El fuego en los ojos de Danes es inconfundible: Julieta está interesada, pero por ahora, Romeo debe mantener su polla en los pantalones.

Por todo el tumulto que Luhrmann suscita en la película, rueda las escenas entre los dos amantes con elegante sencillez. Cuando Romeo ve por primera vez a Julieta en el baile de disfraces, su «ángel brillante» lleva alas. Él está vestido con una brillante armadura de caballero. Estos hijos de los enemigos se miran en lados opuestos de una pecera y más tarde se besan. Dice Romeo: «Oh, entra dulcemente en la pecera». Los actores no se apresuran a pasar por el lenguaje para llegar al sexo, como Zeffirelli hizo que hicieran Whiting y Hussey. DiCaprio y Danes convierten el juego de palabras en un juego astuto y erótico. Shakespeare nunca ha sido tan sexy en la pantalla.

Sin los actores adecuados, el amor de cachorro nunca podría convertirse en la gran pasión que requiere la tragedia después de que Romeo y Julieta sean casados en secreto por el padre Laurence (un espléndido Pete Postlethwaite) desafiando a sus familias. DiCaprio pronuncia la frase «Soy el tonto de la fortuna» con una fuerza desgarradora cuando la violencia sella su destino. Luhrmann se desmelena en el doble suicidio culminante en un altar lleno de flores e iluminado por 2.000 velas, con Romeo ingiriendo una droga letal comprada a un traficante de mala muerte (M. Emmet Walsh) y Julieta con una semiautomática en la cabeza. En medio del clamor de los puristas indignados y de Shakespeare revolviéndose en su tumba de Stratford-on-Avon (Inglaterra), hay que notar que Luhrmann y sus dos ángeles brillantes han sacudido una obra de 400 años sin perder su conmovedora y poética inocencia.

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