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Camille Pissarro

Nacido en la isla de Santo Tomás, en las Antillas, en el seno de una familia acomodada de origen judío, el pintor francés Camille Pissarro se fue pronto a estudiar a París, donde decidió, en contra de la voluntad de sus padres, dedicarse a la pintura. Tras regresar a su ciudad natal para trabajar en el negocio familiar durante unos años y pasar dos años en Venezuela pintando con el artista danés Fritz Melbye, regresó a París en 1855.
En la capital francesa Pissarro se inscribió en la Académie Suisse, visitó la Exposition Universelle, donde quedó impresionado por las obras de Camille Corot y Eugène Delacroix, y en 1859, año en que conoció a Claude Monet, Auguste Renoir y Alfred Sisley, participó por primera vez en el Salón. Durante la década de 1860 continuó exponiendo sus obras en los sucesivos Salones, pero los rígidos principios de éstos pronto chocaron con sus ideas políticas anarquistas, y dejó de participar en las exposiciones oficiales en 1870. Su pintura siempre se mantuvo estilísticamente en la órbita del impresionismo, salvo un breve periodo de experimentación con la técnica neoimpresionista bajo la influencia de Georges Seurat a mediados de la década de 1880. Pissarro creía firmemente en la idea de una cooperativa de artistas y desempeñó un papel importante en la organización de las actividades del grupo impresionista de París, animando a participar a artistas como Paul Cézanne y Paul Gauguin. Fue el único artista que expuso sus obras en las ocho exposiciones impresionistas celebradas entre 1874 y 1886.
Después de trasladarse a Pontoise en 1866, Pissarro pasó prácticamente toda su vida fuera de París y fue básicamente un pintor de paisajes y escenas rurales y uno de los primeros en practicar con convicción la pintura al aire libre. Al final de su vida tuvo que trasladarse a la ciudad a causa de la disminución de su vista. Fue entonces cuando comenzó a pintar sentado junto a una ventana y plasmó la actividad cambiante de las calles de ciudades como Rouen y París. Los idílicos y armoniosos paisajes rurales dieron paso a una serie de vistas urbanas en las que Pissarro, observador implacable, inmortalizó la vida en la ciudad moderna.

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